TADEUSZ BOROWSKI: NUESTRO HOGAR ES AUSCHWITZ

“Somos insensibles como árboles, como piedras. Y permanecemos callados, como árboles mientras los talan, como las piedras cuando se rompen”

            (BOROWSKI, Tadeusz: Nuestro hogar es Auschwitz, Alba editores, 2004, pag.67)

Es difícil poder seleccionar una obra como la más representativa, la más «importante» para comprender lo que fueron los campos de concentración, cómo se vivía y se moría en ellos, la supervivencia, la deshumanización del prisionero… Sin embargo se hace necesario comenzar por algún sitio, elegir entre todas la que pueda servirnos de pionera para esta tarea. No es una elección sencilla, por la simple razón de que de esta elección depende en cierta manera, el tono, las expectativas que pueden marcarse en el futuro sobre esta página. En efecto, no todas las obras sobre los campos de concentración nazis son iguales, ni todas responden a las mismas necesidades y motivaciones. Por este motivo he pensado detenidamente sobre cuál sería el mejor punto de vista para comenzar, y, tras bastante tiempo, he decidido tanto con el corazón como con la cabeza.

No hay duda de que determinadas obras han pasado a formar parte de la cultura literaria común y por ello son quizás las que parecería más lógico utilizar como referente para abrir esta página. Es posible que ningun autor sea en este sentido tan conocido por el público general como lo es Primo Levi, o pocos hayan tenido la proyección internacional de Eli Wiesel o Imre Kertesz, ambos galardonados con premios Nobel. Sin embargo, he valorado otros factores que hacen de mi elección, Tadeusz Borowski, la más adecuada para este comienzo. Boroswki, una de las grandes promesas de la literatura polaca de los años 40, imprime a sus relatos sobre su paso por Auschwitz algunas de las mejores características de este genero literario testimonial: una visión ácida, crítica, violenta en algunos casos, por supuesto contra los opresores, pero también contra el sistema de explotación interno del campo que tiene a los propios reclusos como protagonistas. Sus páginas se fundamentan habitualmente en anécdotas que desgranan la forma de vida cotidiana del campo y en el que la dureza y el horror de lo narrado se mezcla con un estilo literario propio del humor negro, que podría parecer casi cínico, cuya fundamentación real no es banalizar lo contado, por el contrario, con ello consigue ahondar en lo más tétrico del hombre, sirviéndole de base para una reflexión moral que nos haga comprender mejor la verdadera naturaleza humana. Su estilo es por lo tanto dinámico, ágil y directo. Sus reflexiones son sólo puntas de flecha que arroja al lector, y que no desarrolla en profundidad, dejando a éste la tarea más ardua, la de desenvolver todo el argumento y digerir su contenido.

A diferencia de otras obras de base autobiográfica, los relatos de Boroswki tienen un mayor carácter literario, no siguen un orden cronológico, y en ellos se aprecia el genio del que pudo haber llegado a ser uno de los grandes escritores europeos del siglo XX. Esto diferencia estos relatos de gran parte de la literatura testimonial, no elaborada por escritores profesionales. Este no es sin embargo un rasgo que suponga merma de la calidad del resto de obras, pero si que es un argumento para leer a Borowski con interés: por una parte la calidad de su escrito nos agrada, por otra parte su crudeza y su estilo directo nos horrorizan.

La vida de Borowski es propia, ella sóla, de toda una novela. Polaco (no judío), nacido en la URSS por cuestiones propias de los turbulentos años 20, desde su infancia sufrió lo que parecía ser su destino: convivir con el horror del campo de trabajo, el hambre y la desesperación. Tanto su padre como su madre pasaron por los establecimientos del Gulag soviético. A duras penas pudo la familia acabar reuníendose en la Polonia de los años 30. La ocupación alemana supone para el joven Tadeusz tener que continuar de forma clandestina sus estudios, publicar o mejor dicho, autopublicar, sus primeros versos, y posteriormente, tras la de su novia, su posterior detención y traslado a Auchwitz, donde permanecerá varios años, en las condiciones propias de los polacos arios, mejores que las de los judíos deportados condenados al exterminio, pero sin olvidar que también ellos, los polacos, pueden ser objeto de conversión en humo ante la más mínima debilidad o error. En sus relatos aparece esta visión de testigo «privilegiado» del horror del campo. La liberación a manos de los americanos se produce en el campo de Dachau, donde habían sido trasladados muchos prisioneros ante el avance soviético sobre Polonia. La vuelta a Polonia se convierte en un compromiso político creciente con las autoridades comunistas, convertido en periodista oficial del régimen. Una breve estancia en Berlín pudo quizás terminar con los espejismos construidos. A su regreso a Polonia acabará con su vida (paradójicamente mediante el gas de la cocina) en 1951, poniendo fin a su trayectoria vital y literaria, no siempre fáciles de separar. Borowski es quizás víctima de un de los males más habituales de los escritores testimoniales: la incapacidad para reintegrarse en una sociedad, «un mundo de piedra» lo llamará nuestro autor, que no quiere creer, desea olvidar y no aprende de sus errores pasados. Sin embargo, el testigo no puede olvidar. Esta disonancia entre el mensaje del superviviente y su papel en la nueva sociedad de posguerra, se materializa en sus escritos, tachados por los nacionalistas de poco heroicos para engrandecer la historia de Polonia,  y criticados por los comunistas por no exaltar las virtudes del Partido (en ningún lugar de sus escritos sobre los campos aparecerá la resistencia heróica de los combatientes comunistas). En general, se le reprocha su indiferencia moral. Nada más lejos de la realidad. Borowski es posiblemente de los primeros en percibir la originalidad del proceso concentracionario que ha roto todos los lazos sociales y de civilización.  Es en este sentido un autor marginal, fuera del buen orden, a contracorriente. Esto lo diferencia de algunos de los autores antes mencionados: escribir sobre el genocidio será «fácil» en los años 60; en los años 40 es signo de derrota, de no haber sido capaz de superar la liberación.

El relato que da título a la recopilación, Nuestro hogar es Auschwitz, es el más extenso (unas 60 páginas) y está escrito a modo de epístola a su novia (recluida en el campo femenino y con la que mantuvo realmente intercambio de cartas gracias a los intermediarios -en Auschwitz todo era posible con medios y contactos-). En él se recogen los principales elementos que hemos reseñado en esta introducción: la ironía y el humor negro («…la verdad es que no teníamos piano, pero por lo demás se puede soportar», pag. 24); el relato de las experiencias más terribles como el canibalismo («…aquel hígado humano medio crudo por cuya degustación un amigo mío, un griego, recibió veinticinco latigazos», pag. 27); la vida cotidiana del lager con aspectos tan sorprendentes como la celebración de la boda de un preso español, un combate de boxeo, un concierto, la existencia de una biblioteca o un próstibulo donde «hay mil Romeos por cada diez Julietas», (pag. 27);  o el trabajo esclavizante de los prisioneros anónimos a los que equipara con los humildes y desconocidos constructores de pirámides de la antigüedad («¿Qué sabrá el mundo de nosotros cuando ganen los alemanes?», pag. 60). Todas las anécdotas, las historias acumuladas desordenadamente sirven al autor para buscar una tabla moral de salvación, retomando la historia de amor interrumpida por la deportación, y devolviéndole el sentido de justicia y moralidad que le permite sobrevivir como hombre en el lager («Creo que la dignidad del hombre reside en sus pensamientos y sentimientos», pag. 62; «Me sonrío y pienso que el amor siempre hará que el ser humano se reconcilie consigo mismo», pag. 32). Otras veces cunde la desesperación y se apodera del autor el pesimismo («¡qué pocos hombres quedan en Europa que no hayan matado a otro! ¡Y que pocos hombres quedan a los que otros no quieran matar!», pag. 46). En este contexto se entiende su rechazo a la mistificación de la resistencia y la lucha, la razón y el sentido de la guerra («me ha asegurado que la fraternidad entre los pueblos estaba próxima» pag. 65). Sin embargo, para él, en lo que parece una crítica encubierta al comunismo, si el pensamiento humano se ve sumido en la destrucción y en la muerte se produce entonces «el caldo de cultivo del mesianismo» (pag. 65). En definitiva, es acertada la elección de este relato para nombrar a la recopilación de todos ellos.

Los demás relatos tienen una extensión mucho más breve, algunos apenas un par de páginas. En ellos aparecen muy diversas temáticas.

En Un día en Harmeze, se cuenta el trabajo diario en los komandos exteriores del lager (los encargados de la obtención de materias primas, reparación de vías, etc.), las categorías de presos, la relación con los guardas alemanes, el hambre, el miedo a la selección («en este maldito Auschwitz todas las profecías se cumplen, si son malas», pag. 112). En Los Transeuntes se cuenta un partido de fútbol en el lager («Entre mi saque de puerta y el despeje a corner, habían gaseado a tres mil personas a escasos metros de donde yo estaba», pag. 147).

Otro ejemplo. En La muerte de Schillinger se narra la heroica y desesperada resistencia de una prisionera que acabará con la vida de un SS. La pieza central es Pasen al gas, señoras y señores. Como muestra el irónico título, aquí se mezclan las dos características destacadas en el autor: el horror del exterminio, y la visión ácida y crítica sobre la condición humana. El último relato, Un mundo de piedra, cierra el ciclo, ya tras la liberación, en un mundo insensible al dolor y que quiere olvidar el sufrimiento que se ha producido.

En definitiva, Borowski es un autor imprescindible no sólo para conocer el mundo concentracionario, también para apreciar lo que ha sido el siglo XX, la condición humana basada en el sufrimiento y la explotación, ayer y hoy.

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