SONDERKOMMANDO: LA MARCHA DE LA MUERTE

Posted on 13 agosto, 2012

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A la mañana siguiente, abandonamos Auschwitz. En mi columna debíamos de ser cinco o seis mil personas. Caminamos jornadas enteras, siempre de cinco en cinco, en el gélido frío. Por la noche, nos deteníamos en una aldea o en un establo, y era preciso arreglárnoslas como podíamos para conseguir un lugar adecuado para descansar un instante. Los más listos conseguían encontrar un lugar en el interior, los demás debían quedarse fuera. Muchos morían de frío durante la noche, o se les helaban los pies. Si no podían caminar, eran rematados allí mismo. Arrastrábamos los pies, teníamos sed, frío, hambre… pero era preciso andar, andar y seguir andando. Quienes caían de agotamiento se quedaban atrás y eran ejecutados por los SS que cerraban la marcha. Algunos prisioneros debían arrojar sus cuerpos a las cunetas.

Las cosas siguieron así durante diez o doce días.

(…) los  alemanes evitaron hacernos pasar por las ciudades y preferían los caminos pequeños, en los que sólo veíamos granjas aisladas. Los habitantes nos veían pasar, sin duda también estaban aterrorizados. Yo hubiera deseado rendir un homenaje mejor a aquella vieja polaca con la que nos cruzamos el segundo día. Nos lanzó tres o cuatro grandes panes. Yo fui de los afortunados que pudieron recoger uno. Estaba formalmente prohibido por los alemanes, pero mientras pudo hacerlo, los tiró, y luego se alejó.

Me las arreglé en muchas ocasiones para recoger cosas por el camino, de otro modo no hubiera podido sobrevivir. (…)

Al cabo de tres o cuatro días, llegamos a una pequeña estación rural donde nos esperaban uno trenes abiertos, como los que se utilizan para transportar carbón. En el tren estábamos tan apretados que nadie podía moverse. Imposible sentarse. La nieve nos azotaba el rostro con la velocidad del tren. La cosa siguió así durante dos días, sin detenerse, sin comer.

Parecía evidente para todo el mundo que los alemanes acabarían abandonándonos en alguna parte, para no frenar su propia huida. Creo que fue por eso que pocos, a nuestro alrededor, intentaron huir. En realidad, sí: varias personas intentaron emprender la huída cuando se presentó la ocasión. Cuando el tren se detuvo, un alemán autorizó a algunos detenidos a bajar, para hacer sus necesidades. Muchos lo aprovecharon para huir, pero ignoro hasta dónde pudieron llegar. Yo no intenté nada, pues estaba sinceramente convencido de que nos dejarían solos en el campo abierto, para poder huir más fácilmente ante el avance de las tropas soviéticas. Y estaba seguro de que no tendrían ningún lugar para llevarnos. No quería correr el riesgo de que me dispararan intentando huir y morir antes de que los alemanes nos hubieran dejado libres. Pero aquel momento no llegó y pasé cuatro meses más en los campos.

(SHLOMO VENEZIA: Sonderkommando, RBA, 2010, pag. 148-150)