LAS ENTREVISTAS DE NÚREMBERG: HERMANN GÖRING (II)

Posted on 11 abril, 2017

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Rolf Wartenberg (izq.) escoltando a H. Göring tras su captura. Fuente: USHMM

Hemos hablado de las atrocidades, un tema que a Göring no le agrada, pero que resulta inevitable cuando se habla de Hitler.

– Estoy seguro de que Hitler no conocía los detalles y de que Himmler tenía la sensación de que podía hacer cuanto quería sin temor a represalias. Al principio, Hitler era cualquier cosa menos cruel. Que actuó con crueldad en los últimos años es evidente. Sobre todo en el último año de la guerra; a sus ojos, una vida humana ya no tenía ningún valor.

(…)

Le he preguntado qué impresión tiene de Höss, el comandante de Auschwitz, quien ante el tribunal ha testificado que había exterminado a hombres, mujeres y niños de todas las edades.

– Yo nunca estuve al corriente. Como Höss ha afirmado, todo se mantenía en secreto. Casi no puedo creerlo… las cifras son tan enormes. No puedo ni imaginármelo, no me puedo creer que Hitler lo supiera. Por supuesto, con lo que ocurrió es suficiente, pero que las cifras pudieran ser tan desmesuradas… es inconcebible. Se oían rumores, claro, pero yo jamás le di crédito. Gente como Höss y Himmler y muchos miembros de la SS que cumplían sus órdenes debían saberlo, pero incluso así… no puedo entenderlo. Cómo pudieron hacer algo así es algo que me supera.

La orden de librarse de ciertos grupos nunca se debatió, porque, si se hubiera hecho, habría encontrado mucha resistencia. Sin duda, Himmler era un criminal y no debió suicidarse. El caso de Hitler es distinto y yo disculpo su suicidio. Himmler no debió dejar que se hiciera a Kaltenbrunner y a otros responsables de sus maldades. Himmler sólo pudo llevar a cabo las atrocidades que ordenó bien porque consiguió influir sobre Hitler para que adoptase un camino equivocado o bien porque pudo aprovechar que Hitler estaba demasiado ocupado con la dirección de la guerra para actuar por su propia cuenta.

En cierta ocasión me llegó un rumor que hablaba del asesinato de millares de personas, pero yo creí que se trataba de propaganda enemiga. Cuando me interesé por el rumor, me dijeron que, en efecto, no era más que propaganda. Todos sabíamos que en los campos de concentración se juzgaba sumariamente a muchas personas y que se las sentenciaba a muerte, pero no sabíamos que se estaba exterminando a personas inocentes. Ha sido aquí donde he oído hablar de Eichmann por vez primera. Que había que evacuar a los judíos y llevarlos fuera de Alemania era evidente, que había que trasladarlos  al Gobierno general de Polonia era también evidente, pero no lo era que debían ser exterminados. Después de la guerra, había que trasladar a los judíos a Palestina o a otro lugar. Había un plan de evacuación que ya existía antes de la guerra. Se elaboraron planes semejantes  a diez años vista. Existía, por ejemplo, un plan para organizar el cambio de moneda extranjera. Asumo toda la responsabilidad de lo que ocurrió en la Alemania nacionalsocialista, pero no de aquello de lo que yo no tenía noticia, como los campos de concentración y las atrocidades.

– ¿No fue él, Göring, quien introdujo los primeros campos de concentración en 1933 o 1934?

– Sí, admito con toda franqueza que en aquellos años construimos campos de concentración para los comunistas y otros enemigos del nacionalsocialismo, pero en absoluto con la idea de asesinar a los internos o de utilizarlos en los campos de exterminio.

– ¿Estaba de acuerdo con la idea de que el judío es un ser humano indeseable?

– A finales de 1938 o 1939 la cuestión no era si el judío es indeseable o no lo es. La diferencia entre un judío y un alemán era tan grande que no había ninguna posibilidad de que, en Alemania, continuara habiendo judíos. Si la prensa sediciosa y los economistas, como ese gran demócrata en que se ha convertido el doctor Schacht, no les hubieran expulsado de la vida económica, los judíos habrían podido permanecer en Alemania. Al principio, en 1933, Hitler afirmó que los judíos serían apartados de la actividad económica, pero sólo de sus empleos en la administración. Sin embargo, la presión del Partido era cada vez mayor. A continuación llegó la crisis de noviembre de 1938, que perturbó toda la existencia económica de los judíos. Después de la crisis, algo tenía que ocurrir. O bien había que aceptar a los judíos en la economía del país o, en efecto, algo tenía que ocurrir. La mayoría de los judíos trataron de abandonar Alemania, porque no veían forma de ganarse la vida. De modo que, como ve, no se trataba de si eran indeseables o no lo eran. La situación evolucionó con rapidez, sin que respondiera a ningún plan preconcebido. Resultó problemático para nuestra economía, porque nuestras relaciones con las naciones extranjeras quedaron bloqueadas. Creo que fue lo pero que Göbbels podría haber hecho. Göbbels era un fanático.

¿Le he hablado de Göbbels? Provocó la desaprobación de Hitler tras aquel incidente con esa actriz de cine a resultas  del cual le golpearon. ¡Ese cojo fanático! Se valía de su cargo para abusar sexualmente de las mujeres. Influyó sobre Hitler, consiguió acentuar su antisemitismo.

(…)

– ¿Cómo pensaba Göbbels? ¿Cuáles eran los motivos personales que alimentaban su antisemitismo?

– Göbbels era el máximo representante del antisemitismo en Alemania. Consideró que utilizar la prensa para hacer propaganda antisemita constituía su mejor oportunidad para ganar poder. Personalmente creo que, en efecto, Göbbels utilizaba el antisemitismo como medio de lograr mayor poder personal. Que albergara un odio profundo hacia los judíos es discutible. En mi opinión era un oportunista demasiado ladrón y deshonesto como para albergar un odio o un amor profundo por algo.

(…)

– ¿Quiere usted decir que Göbbels era más antisemita que Himmler?

– Es posible que Himmler hiciera más en la práctica, pero hablaba menos de ello. Himmler pretendía ser otra cosa de lo que era. Por ejemplo, sus discursos a los jefes de la SS en Posen se han leído aquí por primera vez; permanecían en el más absoluto secreto. Para el mundo exterior, Himmler era un enigma ambiguo. Para mí siempre lo fue. Nunca comprendí por qué ejerció tanta influencia sobre Hitler. Era un buen organizador y un hombre ambicioso, pero no alguien capaz de ejercer gran influencia psicológica sobre las masas. Las atrocidades son, para mí, la parte más horrible de la acusación en este juicio. Han pensado que me las tomo a la ligera o que me río de ellas o alguna tontería parecida, pero eso no es verdad. Soy de ese tipo de personas que están contra algo así por naturaleza, sólo que, también por carácter, mi reacción ante la adversidad es reír o sonreír. (…)

He señalado a Göring que también se han leído ante el Tribunal algunas manifestaciones antisemitas suyas y que me preguntaba si las consideraba indicativas de una ideología política o de una actitud personal. Me ha contestado con gran seriedad.

– Cuando pronuncié el discurso que se ha leído ante el Tribunal, me inquietaba mucho la cuestión. Lo redacté después de una conversación con Göbbels. Tan sólo estaban presentes seis o siete ministros. Estaba muy nervioso porque Göbbels había dicho a Hitler que yo estaba protegiendo a los judíos. Después, recibí órdenes de poner en marcha varios programas. Eso es todo lo que indica mi discurso. Aun así, los únicos pasajes que se han leído ante el Tribunal son aquellos que me perjudican y han omitido los que me benefician, como, por ejemplo, aquel en el que decía que no se podía dejar morir de hambre a los judíos; ése no lo han leído. Todos debíamos mantener el sentimiento antisemita general, era una orden de Hitler.

(…) También los judíos tienen parte de culpa por su manera de actuar antes de 1933. A mí, por ejemplo, me dedicaron palabras muy poco educadas. Antes de 1933, la batalla era encarnizada. Mis palabras son muy suaves comparadas con las que los judíos empleaban contra nosotros. Contaron enormes mentiras y recurrieron al insulto y la calumnia.

– ¿Quiere decir –he preguntado- que los propios judíos, con sus acciones, provocaron el antisemitismo y el exterminio posterior?

– No, ha respondido Göring, con suavidad-, quiero decir que había una lucha en marcha. Al principio, yo no me tomé muy en serio la campaña antinazi de la prensa judía, pero en cuanto comprendimos que la campaña arreciaba y se hacía peligrosa, empleamos otras palabras. Torturar o exterminar a las personas no está en mi naturaleza. Soy un pragmático lo suficientemente duro como para defender las represalias si están justificadas, pero asesinatos en masa de personas inocentes, como el exterminio de los judíos, son injustificables.

Le he preguntado si antes de entrar en política era antisemita.

– No, no, yo nunca he sido antisemita. El antisemitismo no ha desempeñado ningún papel en mi vida. Si sólo se hubiera basado en el antisemitismo, movimiento nazi jamás me habría interesado. Lo que me atrajo del Partido fue su programa político, es decir, la creación de una Gran Alemania y la abolición del Tratado de Versalles. Por supuesto, cuando uno se afiliaba al Partido Nazi, había que asumir todos sus puntos en mayor o menor medida, incluido el antisemitismo. (…)

28 de mayo de 1946

Le he pedido que me comente sus últimas reflexiones o impresiones del juicio, pero parecía fatigado y sin ganas de extenderse. No obstante, me ha respondido:

– Francamente, tengo la intención de convertir este juicio en una broma. Creo que un país extranjero no tiene ningún derecho a juzgar al Gobierno de un estado soberano. He renunciado a criticar a mis compañeros de banquillo, pero lo cierto es que son un grupo variopinto y poco representativo. Algunos de ellos son tan irrelevantes que ni siquiera había oído hablar de ellos. Admito que tienen todo el derecho a incluirme a mí entre los grandes nazis que dirigimos Alemania, pero ¿por qué incluir a Fritzsche? Sólo era uno de los jefes de las muchas secciones del Ministerio de Propaganda. Y, además, juzgan a un hombre como Funk, que no tiene culpa de nada. Sólo seguía órdenes, mis órdenes. También juzgan a un tipo como Keitel, quien, aunque le llamaban mariscal, no es más que un hombrecillo que hacía cuanto Hitler le decía. De todos los acusados, los únicos que somos lo bastante grandes como para merecer un juicio somos yo, Schacht, tal vez Ribbentrop, aunque no era más que un débil eco de Hitler, Frick, que propuso las leyes de Núremberg, y quizá algunos otros como Rosenberg y Seyss-Inquart. Los demás eran gregarios que demostraron poca iniciativa.

Por otro lado está la farsa del caso contra el Estado Mayor de la Wehrmacht. Los militares no formaban parte de ninguna conspiración para iniciar la guerra, se limitaban a aceptar órdenes y a cumplirlas, como habría hecho cualquier soldado u oficial alemán. Si hubo conjura, la llevaron a cabo personas que han muerto o han desaparecido, es decir, Himmler, Göbbels, Bormann y, naturalmente, Hitler. Siempre pensé que Bormann era un tipo criminal y primitivo y jamás confié en Himmler. Si por mí fuera, los habría destituido –dice Göring y sonríe con complicidad- . ¿Sabe? Uno puede librarse de alguien de muchas maneras muy sutiles. Por ejemplo, puedes destituir a alguien de pronto, pero eso es menos eficaz  cuando ese individuo tiene poder y apoyos  que ir disminuyendo poco a poco  su influencia dándole más y más cargos absurdos. En el caso de Himmler, yo le habría ascendido sobre el papel y le habría hecho jefe de esto y lo otro, pero al final, habría perdido todo el poder. En primer lugar, le habría quitado la policía, más tarde, yo mismo habría asumido el control de la SS. De este modo, no se habrían producido circunstancias como los asesinatos en masa. Porque aunque Hitler era un genio y un carácter fuerte, era influenciable, y tuvieron que ser Himmler y Göbbels quienes ejercieron sobre él la influencia necesaria para seguir adelante con una idiotez semejante a las cámaras de gas y los crematorios para eliminar a millones de personas.

Aunque uno no sienta la menor compunción al pensar en el exterminio de una raza, el sentido común nos dice que, en nuestra civilización, eso es un acto bárbaro y recibirá muchas críticas en el extranjero y en el interior, que será condenado como el mayor acto criminal de la historia. Bien entendido que yo, aunque posea mi propio código caballeresco, no soy un moralista. Si creyese de verdad que matar a los judíos podría servir de algo, como hubiera servido ganar la guerra, no me habría molestado gran cosa. Pero ha sido completamente absurdo y no ha servido para otra cosa que para ensuciar el nombre de Alemania. Tengo conciencia  y comprendo que matar a mujeres y niños sencillamente porque da la casualidad de que son las víctimas de la propaganda histérica de Göbbels no corresponde al proceder de un caballero. No creo que vaya al cielo ni al infierno cuando muera, no creo en la Biblia ni en muchas cosas en las que sí tienen fe los creyentes, pero siento veneración por las mujeres y me parece muy poco deportivo matar niños. Eso es lo que más me molesta del exterminio de los judíos. En segundo lugar, también desapruebo la poca favorable reacción política que necesariamente conlleva un programa de exterminio tan carente de sentido. Por lo que a mí respecta, no me siento en absoluto responsable de los asesinatos en masa. Es cierto que, como segunda figura en importancia del Estado detrás de Hitler, oí rumores sobre los asesinatos en masa de judíos, pero no podía hacer nada, y sabía que de poco serviría investigar esos rumores y comprobar su veracidad, cosa que no me habría resultado demasiado difícil, pero estaba demasiado ocupado con otras cosas y, si hubiera sabido lo que estaba ocurriendo, sólo me habría  valido para sentirme incómodo cuando, de todas formas, podía hacer muy poco por evitarlos.

(Leon Goldensohn, Las Entrevistas de Núremberg, Taurus, 2008, pags. 164 a 188)

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